Capítulo 4
La lluvia de inversiones y compensaciones que siguió a la marea negra no solucionaron algunos de los problemas que afectaban, y afectan, a la Costa da Morte. Algunas infraestructuras se completaron con importantes retrasos, otras están incompletas y otras ni siquiera se contemplan hoy en día. La decadencia del sector pesquero y la creciente apuesta por el turismo han cambiado, en los últimos 20 años, el paisaje del Finisterrae gallego.
Había una Muxía, una Costa da Morte e incluso una Galicia antes del Prestige. Desde el 13 de noviembre de 2002 hubo, sin duda, un después. Algo cambió cuando este rincón atlántico, del que tantas veces se denunció su olvido por parte de las administraciones, abría, teñido de negro, portadas e informativos de medio mundo.
La historia de la marea negra, como todas, está marcada por determinadas palabras, expresiones y símbolos. Si Muxía fue bautizada como ‘zona cero’ del 13-N, en parte se debe a que en noviembre de 2002 aún seguía humeando el World Trade Center de Nueva York, la ‘zona cero’ del 11-S. El pueblo de la nueva ‘zona cero’ se perfiló muy pronto, muy a su pesar, como el epicentro de la desolación.
Vista aérea del Santuario da Virxe da Barca, en Muxía.
El 14 de noviembre, a primera hora de la mañana, el Prestige se podía ver desde algunas ventanas del pueblo. Ciertas personas se acercaron al santuario de la Virxe da Barca, lugar de peregrinación para la gente del mar. A las puertas de la basílica, en el horizonte, el petrolero renqueante ya soltaba chapapote mientras era azuzado por el temporal. Y así llegó la primera de muchas mareas negras y espesas hasta Muxía, en un coído situado en la orilla oeste del pueblo. El oleaje elevaba las galletas negras hasta las tulipas de las farolas.
Mesón O Prestige, en Muxía.
La geografía también explica por qué este pueblo recibió todas las miradas. Muchas de las villas marineras de la Costa da Morte crecieron alrededor de su puerto. Suelen ubicarse, como Fisterra, Malpica, Laxe o Camariñas, en una bahía abrigada por un cabo que amansa las aguas del Atlántico, para que los barcos puedan guarecerse de los frecuentes temporales. La península de Muxía, sin embargo, tiene un istmo demasiado estrecho, y por ello, parte del pueblo se abre a la fiereza del océano. Ahí estaba ese coído que se convirtió en ‘zona cero’.
La Praia do Coído de Muxía, considerada ‘zona cero’ de la marea negra, vista desde el aire.
Durante meses, la febril actividad de la marea blanca se concentró en apenas unos cientos de metros. De día, junto al mar, el voluntariado peleaba contra el fuel. Al caer la noche, miles de personas procedentes de medio mundo se reunían en el polideportivo o en la lonja para compartir aquella inolvidable experiencia y disfrutar, en la medida de lo posible, de una luz de esperanza en medio de la oscuridad.
El actual alcalde de Muxía, Iago Toba (PSdeG-PSOE), era, en el momento de la catástrofe, un joven de 15 años para el que todo lo que pasó significó su “despertar político”. El Prestige le tocó muy de cerca, como a casi todo el mundo en Muxía: en su casa se quedaron sin la fuente de ingresos: el trabajo de su padre en el mar. Toba guardó en su memoria una imagen y un hábito que resumen, de manera impactante, la magnitud de la marea negra en la localidad.
Iago Toba, actual alcalde de Muxía, tenía 15 años cuando sucedió la catástrofe.
El actual alcalde narra cómo el pueblo se embadurnó de chapapote.
En este pueblo se encontraba, por tanto, el escaparate perfecto para contar lo que estaba pasando. Las perspectivas de recuperación eran, en aquel momento, muy pesimistas. Se hablaba de contaminación y de paralización de la pesca y del marisqueo durante años. Los focos estaban puestos en Muxía, y eso lo leerían muy bien, más tarde, en el Partido Popular y los gobiernos que sustentaba.
El marinero, Fran Lopéz, de 34 años, trabajando en el puerto de Muxía.
Ya en los primeros días, a Muxía acudieron los medios de comunicación a montar sus platós. Allí pisaron la playa, tres semanas después, el rey Juan Carlos I, Manuel Fraga (presidente de la Xunta de Galicia) y Mariano Rajoy (vicepresidente del Gobierno español). Allí se prometió “el parador del Prestige”, abierto en 2020 e inaugurado a finales de octubre de 2022 tras casi 20 años de paradas y arranques en las obras.
¿Existió el Plan Galicia?
Si Fraga, Rajoy y Juan Carlos I tardaron tres semanas en pisar la Costa da Morte, José María Aznar no llegó a Galicia hasta el 14 de diciembre, un mes después del inicio de la crisis. Fue una visita de tres horas a A Coruña, que el presidente pasó acantonado en lo alto de la torre de control del puerto de la ciudad. 40 días más tarde, el 24 de enero, el Consejo de Ministros del Gobierno español se reunió en el edificio del Concello de A Coruña. Su anfitrión, el alcalde socialista Francisco Vázquez, siempre mantuvo una buena sintonía con los gobiernos conservadores de la Xunta. Desde hace años, Vázquez suele arremeter contra su antiguo partido, del que ya no es militante, y ha arropado públicamente las carreras de Núñez Feijóo o del ya expolítico Albert Rivera.
Detalle de la carpeta de una activista del movimiento Nunca Máis.
La plaza de María Pita, que acoge las dependencias municipales, había sido tomada por las fuerzas de seguridad para alejar las protestas. Antes de anunciar la lluvia de millones, José María Aznar –podría decirse que ejerciendo la retranca gallega–, agradeció la colaboración y la comprensión de la ciudadanía de A Coruña, mientras miles de personas gritaban en los alrededores de la plaza: “Les pido disculpas por las incomodidades que hayamos podido crearles por la celebración de este Congreso de Ministros”, dijo el presidente del Gobierno con una leve sonrisa en el rostro.
Hubo quien sorteó el cordón policial. En las galerías de un edificio de la plaza lucían, bien visibles, varias banderas de Nunca Máis. Era la sede de la Fundación Paideia, creada por Rosalía Mera. Ella fue la artífice, junto a su exmarido Amancio Ortega, del origen del imperio Inditex. Mera, fallecida en 2013, manifestó su apoyo a la plataforma ciudadana en varias de las protestas de aquellos meses.
Antiguos recortes de prensa del año 2002, cuando sucedió la catástrofe del Prestige.
En aquel búnker se bautizó, según la nota de prensa difundida por La Moncloa, el célebre Plan Galicia: una inversión de 12.459 millones de euros (en aquel momento, casi el doble del presupuesto anual de la Xunta) destinada “a paliar a corto plazo las consecuencias económicas y sociales del Prestige y, a medio y a largo plazo, impulsar el desarrollo social y económico de Galicia”.
La lista de medidas era un atrapalotodo: combinaba acciones de recuperación ambiental, compensaciones a los sectores vinculados al mar, bajadas de impuestos en las zonas afectadas, expresiones como “estímulos a la actividad económica”, “planes de dinamización” o “campañas de promoción” y algunas obras con nombre y apellidos, seguidas de muchos millones. Gran parte de los casos siguen, 20 años después, sin ser más que un proyecto, cuando no ya descartados.
Marineros trabajando en el puerto de Muxía.
Por otra parte, y al amparo de sus redes locales, la Xunta y el PPdeG comenzaron a entregar en pocas semanas las compensaciones a los sectores afectados por la marea negra, garantizando que nadie se quedaría sin cobrar. Los criterios para acceder a ellas eran más bien laxos, según reconocen hoy desde el sector. “Hubo gente que ganó, y mucho. Algunos que estaban a punto de jubilarse, y faenaban con una lancha, enrolaron en ella a seis o siete personas y todos cobraron. Personas que a veces llevaban tiempo en paro, que apenas habían trabajado en el mar, casi todo el que quiso rascó algo”, cuentan personas con décadas de experiencia en el mar. Las indemnizaciones no acallaron totalmente las movilizaciones, pero compraron algunos silencios. Se hizo célebre entonces el lema de “Outro Máis”: aquellos que no verían con malos ojos otra marea negra con su consiguiente indemnización evitando salir cada día a faenar y poder exponerse a un golpe de mar. Que incluso evitaban implicarse en los trabajos de limpieza. Sin embargo, la mayoría de las personas consultadas coinciden en señalar que esta fue una corriente minoritaria en los puertos gallegos.
Viki Rivadulla, artista de Muxía y activista de la plataforma Nunca Máis.
“Siempre se dijo que los marineros no bajaban a las playas a limpiar: se hizo un decreto desde el Gobierno en el que si eras marinero y cobrabas una ayuda no podías ir a limpiar, si ibas, perdías la ayuda. ¿Tú crees que una persona que vive del mar realmente va a querer un Prestige? ¿Que les pagaron durante unos meses un algo para vivir? Es que, de lo contrario, no podíamos comer”, dice Viki Rivadulla, artista y activista cultural de la localidad, cuyo marido es marinero desde los 13 años.
Tras esta maniobra, el Partido Popular se atrevió incluso a darle otra vuelta al lema de la protesta social que se alzó contra sus gobiernos. Comenzó una campaña de difamación contra la plataforma Nunca Máis y los partidos de la oposición: la acusaron de actos violentos y llegaron a vincularla con la kale borroka. La Consellería de Educación envió circulares a los centros educativos para prohibir cualquier manifestación o reivindicación sobre la gestión de la marea negra. Se llegó a sancionar a funcionarios de la Administración autonómica por llevar una pegatina de la plataforma ciudadana en su coche.
El círculo se quiso cerrar, en falso, en un acto en Santiago de Compostela, apenas 48 horas después del Consejo de Ministros de A Coruña, donde los populares estrenaron su lema “Galicia, máis que nunca”. El mensaje estaba claro: mientras la oposición protestaba y, a su juicio, no hacía nada por ayudar ni limpiar las costas, sus gobiernos repartían ayudas y promesas por todo el litoral. Así lo reiteraba en sus comparecencias públicas, como en esta réplica a José Luis Rodríguez Zapatero en el debate sobre el estado de la nación de 2003.
El entonces presidente del Gobierno acusa al líder de la oposición de llevar consigo la “mancha de la insolidaridad, de la demagogia y del oportunismo”.
Pero hay algo realmente sorprendente: nadie puede afirmar con rotundidad que aquel Plan Galicia existiese en realidad. Nunca se mostró públicamente un documento que fuese más allá de la nota de prensa del Gobierno tras su reunión en A Coruña. Bajo su paraguas se abrigaron muchas obras que no figuraban de forma explícita en aquel Consejo de Ministros, y que los sucesivos gobiernos promocionaron luego como muestra de su compromiso con la comunidad autónoma. El Gobierno gallego sí aprobó su plan, que se analizó y debatió en el Parlamento. En él también se incluyeron durante los siguientes años todo tipo de acciones susceptibles de venderse como remedio a la catástrofe, tanto en la Costa da Morte como lejos de ella. Pero unas y otras promesas quedaron muy lejos de aquellas primeras ambiciones.
Un ejemplo del ínfimo nivel de cumplimiento del documento del Consejo de Ministros de enero de 2003 son las cantidades consignadas para diversas infraestructuras de comunicación que recogía el comunicado. De los 12.459 millones de euros del Galicia, más de 3.500 millones estaban destinados a autovías en el interior de la comunidad y líneas de alta velocidad para conectarla con las ciudades de la costa cantábrica y Ponferrada o, de manera interna, las ciudades de Lugo y A Coruña. Ninguna de ellas ha pasado del papel.
En la comparecencia de A Coruña, José María Aznar se aventuraba a hablar de tiempos de viaje entre las ciudades gallegas unidas por la alta velocidad y, a su vez, respecto a Madrid. El presidente del Gobierno aseguró que, en pocos años, se podría ir de A Coruña a Vigo en menos de una hora, de Pontevedra a Ourense en menos de 20 minutos, y de A Coruña a Lugo en menos de media hora. Todavía hoy, con el AVE a Ourense, Santiago y A Coruña en servicio, aquellos tiempos de viaje son notablemente más lentos que lo prometido por Aznar. En el resto de vías, el viaje es aún una odisea, con trayectos ferroviarios que duplican o triplican el tiempo necesario para cubrir la distancia en coche.
Otros compromisos anunciados por los gobiernos central y autonómico al calor del Prestige han hecho correr muchos ríos de tinta durante 20 años. El único que funciona hoy a pleno rendimiento es el Parador de Lourido, en Muxía. Aunque con muchos matices, como explica el alcalde de Muxía, Iago Toba.
Vista del Parador de A Costa da Morte y la playa de Lourido, en Muxía.
Iago Toba se muestra crítico con las promesas no cumplidas del Plan Galicia y la deuda aún pendiente con la Costa da Morte.
El edificio ocupa una ladera que cae hasta el mar a escasos kilómetros de la ‘zona cero’, visible a través de los ventanales de la fachada. En el interior, en una de las áreas comunes, una carta náutica recuerda el rumbo errante del Prestige, razón de ser de este lugar. Es obra de José López Redonda, Pepe de Olegario, un marinero jubilado de Fisterra que ha dedicado parte de su vida a plasmar en mapas cientos de naufragios ocurridos en la Costa da Morte.
Detalle de la carta náutica del desastre del Prestige, obra de José López Redonda, expuesta en el Parador de A Costa da Morte, en Muxía.
Dos personas se sacan una fotografía en el interior del Parador de A Costa da Morte, en Muxía.
Un vehículo transita por una carretera cercana al Parador de A Costa da Morte, en Muxía.
El parador ya es una realidad. Pero no sin contratiempos. Las obras no se iniciaron hasta 2012, después de años de frenazos causados por la crisis de 2008 y otros trámites que ralentizaron su avance. En algún tiempo se llegó a dudar que saliese adelante. Hoy, tras dos años de funcionamiento intermitente, es ya el 12º mejor valorado de los casi 100 establecimientos de la red, según la web de Paradores.
En sus respectivos planes, Xunta y Gobierno se comprometieron a la recuperación de la Costa da Morte a través del sector industrial. Fue notoria la fiebre por la construcción de polígonos a las afueras de numerosos pueblos gallegos. En buena parte de los casos, la recesión frenó el desarrollo de estas áreas. Tal fue su abandono que los polígonos con menos éxito y planificación quedaron durante años a merced de la maleza, sufrieron robos de tendido eléctrico y sirvieron como pasto para las vacas. Algunos, los más cercanos a los nodos urbanos e industriales ya existentes, aprovecharon la oportunidad y, en los últimos años, han comenzado a despegar.
La Xunta de Galicia, por su parte, apostó por desarrollar la autovía de la Costa da Morte, una continuación a la vía ya existente entre A Coruña y el municipio de Carballo. Esta ruta debía acortar los tiempos de llegada desde la capital provincial a los municipios de la comarca más afectada, como Vimianzo, Laxe, Camariñas, Muxía, Cee o Fisterra, todos ellos a más de una hora de distancia tanto de la capital provincial como de Santiago de Compostela.
Vista del trazado inacabado de la autovía de A Costa da Morte en Berdoias (Vimianzo), justo en el enlace con la carretera que lleva a Muxía.
La obra de la autovía se inició en 2007. Poco después, ya con las excavadoras trabajando en todo el trazado previsto, las promesas iniciales se recortaron en 15 kilómetros por problemas con las empresas concesionarias y el estallido de la crisis económica. En la actualidad, se limita a 27 kilómetros entre Carballo y Baio, frente a los 42 del primer momento. Hoy, precisamente en un cruce de caminos con la carretera que conecta con la ‘zona cero’ del Prestige, Muxía, aún son visibles las cicatrices del trazado de la autovía prometida, pero inacabada.
Lo que ni siquiera se llegó a proyectar en estos 20 años fue una idea que ya es centenaria. A comienzos del siglo XX, industriales, políticos e intelectuales de este Finis Terrae quisieron impulsar una línea ferroviaria entre A Coruña y Corcubión que vertebrase la Costa da Morte. La propuesta llegó a ser estudiada por el Gobierno estatal, pero finalmente no salió adelante. Hoy, en tiempos de fuerte apuesta por el transporte público y menos contaminante, la propuesta apenas tiene eco en la zona. Al oeste de Santiago y A Coruña, en un área en la que actualmente residen más de 130.000 personas, con problemas crónicos de incomunicación, sigue sin haber un solo kilómetro de vía de tren en 2022.
Tampoco llega el tren, por ahora, al puerto exterior de Punta Langosteira, una enorme infraestructura que recibió un gran impulso al calor del Prestige. Su origen hay que buscarlo, no en la última, sino en la penúltima marea negra que sufrió Galicia. “Desde el naufragio del petrolero Aegean Sea, en diciembre de 1992, el entonces alcalde de A Coruña, Francisco Vázquez, formula las primeras propuestas para sacar el tráfico de mercancías peligrosas del puerto interior de A Coruña”, comenta Iván Aguiar, periodista de La Opinión de A Coruña y autor del libro La génesis de Langosteira: un viaje a través del desarrollo del puerto exterior de A Coruña con sus protagonistas.
A este puerto interior, en el centro de la ciudad, se dirigía el Aegean Sea cuando encalló junto a la Torre de Hércules. Desde esta bahía, enormes tuberías de más de seis kilómetros de longitud, que hoy siguen cruzando bajo el suelo de la urbe, debían trasladar el petróleo del buque hasta la refinería de Repsol.
En los años 90, la alternativa a la dársena interior avanzó sobre el papel. “Antes del Prestige no se hablaba explícitamente de puerto exterior. Se buscan posibles ubicaciones, se realizan análisis técnicos y se avanza en los estudios de impacto ambiental. Pero faltaba convencer al Estado”, continúa Iván Aguiar.
Dos personas caminan ante el espigón del puerto exterior de Punta Langosteira, en Arteixo (A Coruña), una enorme infraestructura que recibió un gran impulso al calor del Prestige.
Bastaron apenas dos meses, entre noviembre de 2002 y enero de 2003, para cargarse de razones. El célebre Consejo de Ministros de A Coruña incluía en su relación de acciones la “realización del análisis de la viabilidad del proyecto de puerto exterior en A Coruña”. Se había argumentado, desde el inicio de la crisis, que una infraestructura de estas características podría acoger a un petrolero en apuros y habría evitado el fúnebre paseo del barco hasta su hundimiento.
El hundimiento de Prestige espoleó la construcción de la megainfraestructura, que ya llevaba tiempo en mente de las autoridades locales.
Langosteira es un complejo colosal que destaca por su dique, de más de tres kilómetros de longitud. Ha costado hasta ahora más de 1.000 millones de euros, bastante más de lo previsto. El periodista Iván Aguiar considera que en el proyecto, que el Prestige catalizó, ha habido aciertos y errores como en toda gran obra. Destaca que, si las cosas no se tuercen, el puerto de Langosteira está llamado a ser clave para el desarrollo de Galicia en un futuro próximo.
El puerto parece arrancar, poco a poco, pero aún lastrado por no contar con conexión ferroviaria. No ha entrado en servicio (aunque su puesta en marcha es inminente) el nuevo poliducto que evitará la ciudad en su camino hacia la refinería de Repsol. De esta manera, los barcos petroleros ya no tendrán que enfilar la bahía de A Coruña. Más de 20 años después de la marea negra del Prestige y 30 de la del Aegean Sea, parece verse la luz al final del dique.
El puerto exterior pretende transformarse en un núcleo clave para las energías renovables en el noroeste de la Península.
La Costa da Morte, hoy
Uno de los objetivos de los planes de acción desde la Xunta y La Moncloa para paliar los efectos de la marea negra, y su contestación social, era el de “facilitar el reequilibrio y la cohesión territorial a través del desarrollo de infraestructuras y de potenciar la imagen de Galicia”. Todas estas medidas ponían especial acento en la situación de áreas como la Costa da Morte, que partía de un escenario desfavorable como periferia de la periferia.
En el año 2002, ya estaba avanzado el proceso de terciarización de la economía, en el que la industria y el sector pesquero y ganadero de la zona perdían fuerza frente a los servicios. Hoy, las flotas pesqueras artesanales acentúan su declive, son cada vez más escasas y muchas lonjas de la zona afectada por la marea negra han perdido actividad en favor de los mercados más grandes, como A Coruña, Vigo o Ribeira.
Dos personas conversan en el puerto de Muxía.
Turistas descansando en el faro de Muxía.
Dos peregrinos realizan el Camino de Santiago en una localidad cercana a Muxía.
Al mismo tiempo, actividades como el turismo han ganado relevancia en la vida local, tal y como reconoce el alcalde de Muxía, Iago Toba. Este pueblo, junto a Fisterra, alberga el final de dos etapas del Camino de Santiago, que mucha gente decide emprender tras alcanzar la catedral compostelana, y que ha multiplicado la oferta hotelera y la afluencia desde hace años. Otras iniciativas turísticas, como el Camiño dos Faros, que une en ocho etapas y un total de 200 kilómetros todos los faros de la Costa da Morte, han puesto también a esta región en el mapa de destinos nacionales e internacionales. De la mano de la ruta jacobea, las cifras se incrementan cada año, e impulsan a cada vez más familias a cambiar el mar por las casas rurales o los apartamentos turísticos.
“Lo que produjo [el Prestige] en Muxía fue una aceleración del cambio de modelo”, resume Viki Rivadulla. “Fue el momento propicio para que implementaran ese modelo turístico que querían meter: ‘la pesca está agotada, vamos a ofreceros unas ayudas para que montéis un hotel y desguacéis el barco’”. La activista señala el proceso de aceleración que supuso el hundimiento del petrolero para la Costa da Morte: “Es la Muxía y es la Costa da Morte que hay ahora. Una Costa da Morte que va perdiendo su identidad como pueblo marinero que somos”. “Un territorio –zanja Rivadulla– que va entrando más en ese otro mundo que aún no sabemos cuál es, porque aún no somos un destino turístico”.
Escultura A Ferida (La Herida, en gallego), obra del burgalés Alberto Bañuelos-Fournier, instalada en el año 2003 en homenaje a los voluntarios que trabajaron en las labores de limpieza tras el desastre del Prestige.