Capítulo 3

Las consecuencias medioambientales: ¿Queda hoy algo del ‘Prestige’ en las costas gallegas?

La marea negra del Prestige causó la muerte de cientos de miles de aves y alteró profundamente en los primeros meses la flora y la fauna del litoral y los fondos marinos más golpeados. Sin embargo, las investigaciones realizadas sobre el terreno constataron que, a mediados de 2004, los ecosistemas habían recuperado, en gran medida, la situación previa a la marea negra. Hoy en día, las actividades pesqueras y marisqueras, y los espacios naturales de los que ellas se nutren, se siguen enfrentando a otros tipos de contaminación, a la sobreexplotación y al calentamiento global.

El Prestige se ha llevado, quizá por ser el accidente más reciente, la mayor repercusión mediática de las catástrofes medioambientales en la costa de Galicia. No hay que ir, sin embargo, muy atrás en el tiempo para recordar otras tragedias ecológicas en la misma zona. Este mismo año, el 3 de diciembre, se cumplen 30 años desde que el Aegean Sea, otro petrolero, encalló a los pies de la Torre de Hércules, en A Coruña. Aquella mañana de 1992, la carga comenzó a arder y generó una nube negra que atemorizó a la ciudad y contaminó las rías del Golfo Ártabro durante muchos meses. También aquí, en 1976, el Urquiola sufrió un grave accidente, que cubrió la costa coruñesa y se grabó en la memoria de la ciudad.

Y un 5 de diciembre de 1987 –es inminente, por tanto, el 35º aniversario–, el Cason embarrancó en la punta do Castelo, unos ocho kilómetros al norte del cabo Fisterra, muy cerca de donde el Prestige inició su deriva. Y, como en el Aegean Sea, la carga empezó a arder. Eran productos químicos tóxicos e inflamables. 23 de los 31 tripulantes fallecieron, muchos de ellos al saltar al mar huyendo del incendio a bordo. Rumores nunca confirmados especularon con que a bordo también había material radiactivo. Apenas año y medio después de la explosión nuclear de Chernóbil, el miedo era patente. Sin embargo, no quedó constancia, más allá de los primeros días, de una contaminación importante en la zona.

Marineros coruñeses reaccionan al accidente del Aegean Sea en 1992

Pescadores afectados por la marea negra del petrolero recuerdan el naufragio del Urquiola a la entrada de la bahía de A Coruña.

Subasta de pescado y marisco en la lonja de Fisterra.

En 2002, del Cason y el Aegean Sea apenas quedaban los pecios, destartalados frente a la costa, y sus anclas: una expuesta en el puerto de Fisterra y la otra, en el acuario de A Coruña. Las costas estaban prácticamente recuperadas (al menos en relación con el impacto de estos vertidos) cuando llegó el Prestige. Lo que ocurrió a finales de 2002 y comienzos de 2003 fue, sin duda, una de las mayores catástrofes medioambientales causadas por el ser humano en Europa Occidental. ¿Pero queda algo de todo aquello? ¿Sigue el chapapote del Prestige presente de alguna manera en la costa gallega?

La muerte de cientos de miles de aves y la asfixia de muchas especies esenciales en la cadena trófica dejaron importantes cicatrices. Aun así, los científicos consultados concluyen lo mismo: la resiliencia de estas costas, expuestas al embate eterno de las olas, y la limpieza de cientos de miles de manos solidarias han acabado, casi en su totalidad, con las huellas medioambientales del Prestige.

Hay, sin embargo, algunos impactos por aclarar, debido a la falta de datos previos y a los cambios que continuamente viven los hábitats marinos. “Estamos hablando de ecosistemas dinámicos, que van evolucionando con el tiempo. En los casos de la costa gallega, estos cambios no necesariamente tuvieron que ser debido a la marea negra del Prestige”, explica Juan Bellas, responsable del Grupo de Contaminación Marina del Instituto Español de Oceanografía (IEO).

Un episodio gravísimo, pero limitado en el tiempo

El 14 de noviembre por la mañana, los vecinos y vecinas de Muxía podían ver el Prestige, escorado y a merced del temporal, desde las ventanas de sus casas. El petrolero estaba a la deriva hasta que, por orden del Gobierno español, se decidió que el barco encendiera los motores y, con ayuda de los remolcadores, se alejara del litoral. Ahí comenzó a gestarse el desastre, mientras el fuel ya llegaba a los acantilados y playas de la Costa da Morte. Desde el primer momento, se desoyeron las recomendaciones de numerosos expertos, que abogaban por refugiar el barco en alguna ría y contener así los daños. “Fuimos muchos los que dijimos: ‘Esto es una barbaridad’”, recuerda dos décadas más tarde Victoriano Urgorri, profesor emérito de la Universidade de Santiago de Compostela, experto en zoología marina. Fue uno de los científicos que desde los primeros días comenzó a movilizarse y a alertar en los medios de comunicación del error que se estaba cometiendo.

El científico Victoriano Urgorri recuerda la decisión de alejar el petrolero

Urgorri explica cómo la gestión de la crisis, contra el criterio de casi toda la comunidad científica, agravó la marea negra.

Urgorri dirigió, diez años después del episodio, un informe publicado por el Consello da Cultura Galega en el que se recopilaron, desde diversos prismas, las investigaciones sobre todo lo que rodeó al Prestige. En la introducción del trabajo denunciaba que la ciencia estuvo “marginada, relegada y censurada” durante los primeros momentos de la crisis, que fueron clave para desencadenar la catástrofe.

Esta desidia hacia la ciencia también se manifestó en una carta publicada en la revista Science en enero de 2003, firmada por más de 420 científicos y científicas, muy crítica con la gestión política de la catástrofe. Centenares de personas dedicadas a la ciencia denunciaban que la actitud de los gobiernos autonómico y estatal –estos mantenían que todas las decisiones tomadas en la crisis contaban con el consejo técnico de personas expertas– suponía una “grave amenaza a la credibilidad” de la comunidad científica española en su conjunto. Y recordaban la “pobre” e “ineficaz” respuesta, ya que no fue hasta un mes después del inicio de la crisis cuando se presentó el primer borrador de un plan de acción científica.

Solo semanas después, ante la magnitud del problema, los ejecutivos de Santiago y Madrid comenzaron a escuchar a las decenas de personas que, desde sus áreas de conocimiento, se ofrecían a prestar su colaboración. Fue así como se comenzó a gestionar la financiación que, durante años, permitió conocer con detalle los impactos del vertido y generar un conocimiento científico muy valioso sobre este tipo de episodios.

Los primeros golpes

Las imágenes de las primeras semanas eran desesperanzadoras. Las olas se movían a cámara lenta, lastradas por el peso del chapapote. La marea alta depositaba el fuel en la zona intermareal. Cuando las aguas bajaban, miles de personas limpiaban. Pero cuando la marea subía de nuevo, como en el castigo de Sísifo, el chapapote volvía a inundarlo todo. Y así pasaba los días la marea blanca:

Habitantes de Laxe recuerdan los trabajos de limpieza

Una de las vecinas canta una canción que se hizo popular durante la marea de voluntarios.

Mar adentro estaba ocurriendo otra tragedia. Decenas de miles de aves, que suelen buscar su alimento bajo el agua, quedaban atrapadas al posarse o intentar sumergirse en el mar a lo largo de la enorme mancha viscosa, que ya cubría una superficie de miles de kilómetros cuadrados.

En la piel de Miguel Riopa

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Las aves marinas protagonizaron, por este motivo, muchas imágenes de la catástrofe del Prestige. En las playas se avistaron, en los primeros días, cientos de individuos teñidos de negro, incapaces de levantar el vuelo. Miles de voluntarios coordinados por organizaciones como WWF o SEO/BirdLife recogieron, hasta agosto de 2003, casi 23.200 aves a lo largo de la costa atlántica entre Portugal y Francia. De ellas, 12.223 aparecieron en Galicia. Muchas estaban ya muertas, otras fueron enviadas a los centros de recuperación, donde se las intentó salvar de la pegajosa huella del fuel.

El arao común (Uria aalge) se convirtió en el símbolo del impacto del chapapote. Su población llevaba décadas en declive por el impacto de la caza, las artes de pesca y la contaminación. La marea negra dejó la especie al borde de la extinción, y solo en los últimos años se han vuelto a ver algunos grupos en las costas gallegas.

Las estimaciones hablan de un abanico de entre 115.000 y 300.000 aves muertas. ¿Cómo se llegó a esta cifra? Los equipos científicos involucrados en la catástrofe idearon diversos modelos para calcular el número de animales afectados. Se revisaron las cifras de mareas negras anteriores, como las del Erika, en la Bretaña francesa, o el Exxon Valdez, en Alaska. Desarrollaron algunos métodos imaginativos para mejorar la estimación de esta mortandad, como el de un equipo de la Universidad de Vigo liderado por el científico Nacho Munilla.

Este grupo se subió a un helicóptero y lanzó sobre el mar, en diversos puntos de la costa gallega, 500 tacos de madera con un lastre de metal. Se pretendía recrear la deriva del cadáver de un ave que flota en el mar. Cada taco llevaba un número de identificación y de contacto. Meses después, apenas se habían recuperado el 10%, lo que, junto a otros datos recabados, llevó a estos autores a concluir que habían muerto alrededor de 200.000 aves marinas durante la marea negra.

A ellas hay que sumar otros animales, como los mamíferos marinos, de los que también se recuperaron centenares de cadáveres. En los meses posteriores al hundimiento del Prestige, el número de varamientos fue muy superior al de otros años. En un análisis publicado a finales de 2003, la Coordinadora para el Estudio de los Mamíferos Marinos (CEMMA) y la Sociedad Española de Cetáceos estimaron una mortalidad de alrededor de 700 individuos, entre tortugas, focas, nutrias y diversas especies de cetáceos.

En el caso de la flora, la gran alfombra de chapapote que cubrió la costa fue solo una parte del problema. El gran despliegue de medios para la limpieza generó, además, un efecto indeseado, con unos métodos que investigadores como Victoriano Urgorri califican de “desafortunados”. En zonas vulnerables se cavaron zanjas y se abrieron vías de acceso para vehículos pesados, con el objetivo de facilitar la salida de enormes masas de fuel mezcladas con agua y arena.

Tal era la cantidad de chapapote que, a veces, se sumergían las palas de las excavadoras en el mar o en las dunas para cargarlo directamente en camiones. Estos trabajos dejaron en un estado crítico a varias especies de flora endémica, que tardaron bastantes años en recobrar su presencia en algunos puntos.

En otros puntos, los trabajos con agua a presión dejaron las rocas desnudas, sin la capa de organismos que impulsaba la vida de otras especies. La urgencia primó sobre la precaución, y estas intervenciones se realizaron sin supervisión científica. Arrancar a presión todo lo que no era roca dificultaba la recuperación de las comunidades de microorganismos, ya que el fuel se iba degradando con el tiempo sin acabar, en muchos casos, con esta capa de biota pegada a las piedras.

Huellas de chapapote

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¿Qué queda hoy? Los impactos más duraderos

Y, 20 años después, ¿cómo está la costa gallega? Hay que rebuscar, ya que en la gran mayoría del litoral, la recogida de fuel y la naturaleza han devuelto el paisaje al estado anterior. La bravura del mar y su embate constante contra la costa, que han inducido durante siglos cientos de naufragios, fue también la aliada para diluir la marea negra, junto al ingente trabajo de limpieza. Sin embargo, algunos rincones en las zonas más afectadas, acantilados y coídos (playas de cantos rodados) muestran aún las huellas del Prestige.

La playa de Curro de Cabalar

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“Los efectos de las mareas negras son siempre reversibles. Aunque unas comunidades tardan más que otras en recuperarse, a estas alturas no imagino que persista efecto alguno”, concluye Ricardo Beiras, catedrático de Ecología en la Universidade de Vigo y experto en contaminación marina.

Sobre los daños inmediatos, Beiras señala que después de la catástrofe de los primeros meses, en la primavera de 2004 apenas quedaban señales en muchos de los espacios que habían resultado afectados: “Los contenidos en hidrocarburos en los recursos marisqueros afectados recuperaron valores normales tras unos nueve meses. Más tarde, repuntaron en el invierno siguiente, al movilizarse el fuel de los fondos con los temporales. Pero finalmente volvieron a niveles normales”.

Puja por pescado y marisco en la lonja de Fisterra

El vendedor describe las especies en subasta y va reduciendo el precio hasta que aparece un comprador.

Esta polución de fondo volvió a surgir durante años, aunque ya de forma anecdótica. El fuel del Prestige era muy denso y pesado, lo que provocaba que, en muchos casos, se fuese hacia abajo. Las corrientes y el mar de fondo removían estos sedimentos negros y los lanzaban hacia la costa. Algo que, por otra parte, no resultaba ajeno para niños y niñas gallegas que crecieron en la segunda mitad del siglo XX. Cuando la normativa y la vigilancia era menos estricta, lo habitual era que todo tipo de buques lavasen sus tanques frente a la costa, lo que llevaba galletas de petróleo hasta las playas. Estos pedazos de chapapote se pegaban como lapas a los pies, y había que frotar con ahínco para limpiarlos.

Mariscadoras trabajando a primera hora de la mañana en un banco de la ría de Arousa.

Una gaviota sobre un muro en el entorno del faro de las Islas Cíes.

Vista del cementerio de la isla de Ons.

Dolores Gómez y María Vales recuerdan la marea negra en la Ría de Arousa

La bateeira y la mariscadora narran los heroicos trabajos de limpieza para salvar los bancos marisqueros.

Sin embargo, las islas sufrieron más. Un estudio realizado en el Parque Nacional en 2017, 15 años después del vertido, constató que los líquenes aún no han vuelto a colonizar las rocas en las que estaban antes de 2002: del fuel apenas quedan algunas manchas, pero la biodiversidad aún es menor que antes de la marea negra. Las autoras, María José Sánchez y Josefa Álvarez, apuntan a que, además del chapapote, la biorremediación (un método de limpieza usado durante el Prestige, mediante microorganismos y otros seres vivos) y la eliminación de las manchas con agua a presión retrasaron la recuperación de las poblaciones de líquenes.

En cuanto a las aves, los efectos del fuel en cuestiones como la reproducción también se prolongaron más tiempo, como afirmaba un artículo publicado en 2014 por un equipo de la Universidade de Vigo. Los autores sostenían que, en los 10 años posteriores al vertido del petrolero, el cormorán moñudo europeo (Phalacrocorax aristotelis) había reducido su éxito reproductivo en un 45% en las zonas afectadas frente a las áreas en las que no se produjo contaminación por la marea negra. Otro trabajo sobre el chorlitejo patinegro expuso que los huevos de esta especie fueron más débiles y menos fértiles en los años posteriores al vertido. No se recuperaron hasta ocho años después.

Las formas del chapapote

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La salud del voluntariado

Otra de las grandes preocupaciones durante los trabajos de limpieza fue el impacto de la exposición al chapapote en la salud del voluntariado, marineros y efectivos de diversas administraciones que se turnaron para borrar la huella del Prestige. Durante los meses de más actividad en la costa, el Servizo Galego de Saúde informó de que casi 1.000 personas recibieron atención médica mientras limpiaban el chapapote. Algunos, por golpes o heridas, y otros con problemas respiratorios, náuseas, irritación en las mucosas o dolor de cabeza.

Diversos grupos supervisaron durante años los síntomas de problemas respiratorios y posibles daños genéticos en el ADN entre estos colectivos. Se constataron algunas alteraciones en el sistema inmunológico, aunque no suficientes para relacionarlos con un mayor riesgo de enfermedades. En cuanto a los daños respiratorios, algunos estudios advirtieron de que, seis años después del vertido, estos síntomas persistían en parte de los marineros que colaboraron en la limpieza de la marea negra.

Otra de las dificultades para conocer con más detalle cuáles son los impactos que perduran hoy es la ausencia de investigaciones al respecto. Hubo una importante inversión como respuesta a la catástrofe, pero cinco años después, acabados los proyectos financiados en 2003, y con la puntilla de los recortes durante la recesión, muchos grupos dejaron de investigar sobre la marea negra. Algunos equipos continuaron en los años siguientes, pero hoy en día apenas existen referencias recientes en la literatura científica sobre los efectos del chapapote.

Las huellas del ‘Prestige’ en Curro de Cabalar

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Los vertidos (pero no del 'Prestige'), una de las grandes amenazas actuales

Hoy en día, el Prestige es un terrible recuerdo pero, sin duda, no parece el mayor de los problemas para la gente que vive del mar en Galicia. La ría de Arousa, un enorme polígono de bateas que ha convertido a Galicia en uno de los líderes mundiales de acuicultura de bivalvos, como el mejillón, la almeja o el berberecho, sufre crisis periódicas por los vertidos contaminantes. Desde algunos sectores de la comunidad científica y el movimiento ecologista también se considera que la sobreexplotación de recursos ha hecho que algunos bancos de la costa gallega se encuentren hoy en una situación crítica.

Mariscadoras trabajando a primera hora de la mañana en un banco de la ría de Arousa.

Estos efluvios, procedentes de industrias y redes de alcantarillado, elevan los niveles de contaminación por encima de los valores permitidos por la ley en diversas partes de un enorme vivero de 30 kilómetros de longitud y más de 10 de ancho. Varios bancos marisqueros que destacaban por su riqueza están hoy bajo mínimos. Problemas parecidos enfrentan en los estuarios vecindarios de Pontevedra y Vigo. “A nosotros, en la ría de Arousa, nos hacen más daño los vertidos que el que nos hizo el Prestige”, sentencia la mariscadora María Vales.

La contaminación que permanece en las Rías Baixas

Dolores Gómez y María Vales lamentan los problemas de vertidos que diezman la actividad en la ría de Arousa.

Hay, por tanto, una marea de contaminación más difusa y silente, que no tiñe de negro la costa ni ha generado una movilización social tan grande. Pero en volumen e impacto es, en muchos casos, más peligrosa que la que causó el chapapote. “Tenemos problemas importantes con los metales pesados y con la sobrepesca en algunas zonas. Y a nivel mundial, y podemos aplicarlo también en el caso particular de Galicia, el volumen de hidrocarburos que se vierte al mar en los grandes accidentes, como fue el Prestige, es menos del 7% del total. La mayor cantidad de esos vertidos, que son constantes y por tanto más grandes, proceden de residuos urbanos e industriales”, concluye el científico Juan Bellas.

A vista de pájaro

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  • Textos y edición de audios: Lucía Abarrategui, Sergio Pascual y Lolo Rey
  • Fotografía y videos: Brais Lorenzo
  • Diseño: Daniel Paíno
  • Desarrollo: Javier Casajús
  • Producción: La Marea