Capítulo 2
Veinte años después, La Marea reúne en un bar de la Costa da Morte al exalcalde de Laxe, Antón Carracedo, y a un voluntario, Sergio Calvo, que acudió a las playas gallegas a limpiar el chapapote que vomitó el Prestige. Esta es la historia de la amistad que nació en la catástrofe y que permanece dos décadas después pese al ruido que el pecio sigue generando.
Antón Carracedo fue alcalde de Laxe entre 1999 y 2015 por el PSdG-PSOE.
En un bar de la Costa da Morte, sobre la barra, acodado, un hombre reclama a gritos algo insistentemente. Fuera, un perro ladra. En una esquina del bar, cerca de una cristalera, el mar. El cielo amenaza con romperlo todo. Otro hombre, alto, pelo blanco, mirada intensa y piernas cruzadas, espera y observa. Sobre su mesa, una pantalla a la que exclama “pero péinate tío, péinate”. Al otro lado del cristal líquido, Sergio Calvo llega con una sonrisa. Sabe que desde esa esquina del bar, desde esa esquina que es Galicia, desde la esquina del municipio de Laxe (A Coruña), Antón Carracedo, exalcalde de la localidad durante el Prestige, no pierde oportunidad para sacar brillo a su retranca. “Está igualito que cuando vino a Laxe, igualito”, ironiza Carracedo. Regidor socialista durante dieciséis años, recuerda de inmediato su primer encuentro con Calvo: fue hace casi veinte años antes, con el Prestige escupiendo fuel, en esas mismas costas que ahora rompen con fiereza tras las características dunas que escoltan la playa de Laxe.
Desde un bar de Laxe, Antón Carracedo saluda entre bromas a Sergio Calvo en Madrid.
Ambos se enteraron por los medios de comunicación de la zozobra del petrolero, pero el exalcalde recuerda que, “al poco de saberlo, los marineros de Laxe ya cogían el chapapote con las manos”. Desde Madrid, Calvo observaba los acontecimientos desconcertado, y reconoce: “No me di cuenta de la gravedad que iba a tener el Prestige”, asevera. En 2002, Carracedo llevaba tres años como alcalde de Laxe, su pueblo y, pese a las tribulaciones inherentes al cargo, aguantaba el tipo; Sergio Calvo estudiaba Empresariales en la Universidad de Alcalá de Henares. Político y voluntario desconocían que sus historias se entrelazarían hasta conformar, dos décadas después, un relato conjunto en torno a la mayor catástrofe sufrida en las costas gallegas.
Calvo contactó con muchos ayuntamientos gallegos para gestionar la llegada de voluntariado a Galicia para limpiar las playas.
Antón Carracedo, al comprobar la magnitud de lo que empezaba a ser una tormenta devastadora, actuó: “Fui a Baio, un pueblo cercano, a por bidones para almacenar ese chapapote recogido con las manos de los marineros”. Sergio Calvo, junto a otros compañeros de distintas universidades madrileñas, tomó una decisión: irían a Galicia. “Aquello fue una locura. Tras llegar a Coruña, a la torre de control, fuimos a Laxe”. Rememora cómo aquel pueblo había activado la maquinaria para hacer frente a toda la incertidumbre que se avecinaba: “Nos explicaron cómo habían organizado donde se iba dormir, comer o dónde iba a estar el voluntariado; a lo que nos dedicamos después, en el resto de pueblos, era a comprobar que estaba todo como en Laxe”.
Serge, en su afán de limpiar las playas y rocas contaminadas, sufrió quemaduras en las manos provocadas por la toxicidad del chapapote.
Pese a que la historia del voluntariado del Prestige, en determinadas versiones, vincula directamente su movilización a las instituciones, el voluntario Calvo describe un proceso arduo en el que tuvieron que contactar con todos los ayuntamientos, con todos los alcaldes. “Y Antón rápidamente se ofreció. Pero todo lo organizamos nosotros, sin apoyo de nadie”, explica. Así reproduce una de las primeras llamadas a la Xunta de Galicia: “Nos preguntaban ‘¿cuántos sois?’, ‘¿cuántos venís?’. Nosotros les dijimos que 200, que era lo que al principio calculamos que íbamos a ir. Al final, en el primer viaje, fuimos mil y algo”, concluye.
“Nos vimos desasistidos. Llamé miles de veces al teléfono que te daban y no lo cogía ni Cristo…”. Carracedo sintetiza así en qué punto se encontraba él desde la Casa Consistorial y, mientras busca en el horizonte de una puerta entreabierta una explicación, zanja con resignación: “No había manera”. Al exregidor le viene a la cabeza el operativo de contención que desplegó el Concello de Laxe para evitar que uno de los patrimonios naturales y paisajísticos de la zona, A Lagoa de Traba, fuera engullido por el petróleo que transportaba el Prestige: “¿Era tan difícil que un señor de la Xunta piense ‘Oye, todas las empresas que tengan tubos en la zona, pueden ayudar’? Porque hay muchas lagunas en la costa de Galicia y, si hacen falta 30 kilómetros de tubo para determinada zona, pues hay que ‘poñer á xente a andar’”. La pregunta se expande en uno de los únicos momentos en los que el bar guarda silencio, aunque efímero. Otra reclamación del cliente y el ladrido de su perro lo quiebran nuevamente.
Es en este momento en el que Antón Carracedo apunta con el dedo a la pantalla y reconoce el papel que jugó el voluntariado en su historia con el Prestige: “Y menos mal que vinieron ellos. Si no es por ellos, nos llega el chapapote aquí a la cabeza”. Sergio devuelve el apunte con otra sonrisa y esboza lo que se encontró cuando llegó a la Costa da Morte: “Nos sorprendió mucho la voluntad de la gente en hacer las cosas lo mejor posible. Con los pocos medios y los pocos conocimientos que había. Suplir con voluntad lo que faltaba en cuanto a apoyo, organización, experiencia, en cuanto a todo”. Rechaza hablar de caos y alude a la soledad de los concellos: “Al principio, había mucha improvisación para que aquello saliera”, matiza.
A Sergio Calvo, ser voluntario le marcó decisivamente en la vida.
Dos décadas después, Calvo define como “una catarsis” la marea voluntaria que llegó a Galicia a limpiar las playas.
¿Hubo recelos de la labor de limpieza del voluntariado procedentes de una parte de la población local? Antes de acabar la pregunta, Antón ataja la cuestión: “Sí”. Acto seguido menciona las dos comisiones celebradas sobre la catástrofe, una en el Congreso de los Diputados y la otra en el Parlamento de Galicia. En esta última, enuncia Carracedo, lo siguiente: “Un parlamentario del PP me pasó una frase por la cara al final de la reunión: ‘Pero mire, ¿no considera que la gente quedó contenta con lo del Prestige? Estaban orgullosos de que muchos marineros, que es cierto, quisieran otro Prestige”. Le preguntamos si esta actitud era la general y niega con la cabeza. Apela a dos marineros que “trabajaron todo el Prestige, nueve meses, día y noche, organizando voluntarios en la costa. En la playa era fácil, lo difícil era hacerlo en la costa, cuando había que bajar por la ribeira”, resalta con determinación Antón. No fue la única pregunta que un parlamentario le hizo al exalcalde de Laxe.
El exalcalde rememora la pregunta que tuvo que responder sobre la gestión que Carracedo hubiera hecho del Prestige.
Sergio Calvo sigue con atención el discurso de Carracedo y, en un ejercicio de optimismo convencido, rescata lo positivo: “Fue muy emocionante porque aquello estableció un vínculo muy difícil de olvidar para la mayoría de la gente”. Evoca cómo en uno de esos autobuses de voluntarios durante el viaje se rompió uno de los cristales. “Llegaron a las ocho de la mañana, sin cristal, pasando frío, en el puente de diciembre. Bajaron, tomaron un café”. Y, ahí, al unísono, el relato se hace uno, y exalcalde y voluntario, al unísono, exclaman: "Y a la playa". “Durmiendo pocas horas y haciendo en un fin de semana miles de kilómetros”, concluye Sergio. Su optimismo se diluye cuando les preguntamos a ambos si creen que otra marea de voluntarios llegaría a Galicia para limpiar sus playas, como lo hizo en 2002. Antón, otra vez tajante, espeta: “Ni de coña, ojalá me equivoqué”. Sergio coincide: “Me gustaría pensar que sí, pero tengo serias dudas”.
El exregidor considera que la marea voluntaria que llegó a Galicia en 2002 no se repetiría “ni de coña”.
De izquierda a derecha, Mari Carmen Lema, Cari Camarero y Sara Rivera, tres de las muchas voluntarias presentes en Laxe en 2002.
El parroquiano continúa ahí. "¿Cómo está España? España. España es la mejor", clama ahora en la barra, mientras corea el himno de Escobar, algo desafinado. El que fuera alcalde de Laxe solicita un poco de silencio para escuchar en la distancia al voluntario y el reclamante responde: "Esto no es una biblioteca". De fondo, una cumbia, el perro en silencio y el incesante ruido que acompaña la historia del Prestige veinte años después.
Entretanto, un policía municipal irrumpe en la escena. Carracedo anuncia su llegada con un “la autoridad, macho” y la autoridad señala también a la pantalla y le declara, entre bromas, al voluntario: "Eres lo que falta aquí. Esto no tiene remedio, arréglame este pueblo”. Y concluye con un “me alegro de verte".
Sergio Calvo reacciona rápido al halago con otro: “Él fue uno de los que hizo posible que todo aquello fuera maravilloso desde el principio". "Que fuera no, que siga siendo maravilloso", contrarresta, entre risas, Marcial Álvarez. El agente de la Policía Municipal de Laxe intercambia con sus compañeros de fatigas el inexorable paso del tiempo y sus consecuencias.
Enfila la salida y en su adiós desea suerte y salud.
La amistad de Calvo y Carracedo se inició en 2002 y se mantiene tras dos décadas.
Lo que sigue es una declaración de amor que nació entre el chapapote y se mantiene vigente: "Yo no he dejado de estar ahí nunca. Lo que pasó hace veinte años ha marcado mi vida para siempre. No sería el mismo si no hubiera pasado por allí”, reconoce Calvo. “Lo nuestro es amor”, concede Carracedo sobre su relación con Sergio. “Yo lo dije siempre. El Prestige fue la peor época de mi vida. Fue cuando más sufrí, cuando más lloré, pero también fue cuando me llevé la alegría más grande de mi vida”, sentencia.
El voluntario califica de “intensísima” la amistad que une a ambos y que sigue vigente veinte años después.
Cuando la primera oleada de voluntarios, entre los que estaba Calvo, se fue, el Concello de Laxe celebró un ritual que se repetiría a lo largo de aquellos meses del desastre. “Una vez que los voluntarios dejaban los colchones preparados para los próximos, nosotros entrábamos en el polideportivo con la banda de gaiteiros”, relata el exalcalde. Tras la música y con las emociones a flor de piel, llegaba el “sermón” de Carracedo: “Ahí les dije que tenía que pedirles perdón, me acordaré toda la vida”. Una voluntaria se acercó al regidor en ese 2002 helador y, entre sollozos, le dijo: “¿Y aun así nos pedís perdón?”. Antón afirmó y admitió: “Pensaba que la juventud era pasota y tengo que reconocer que nos habéis dado un ejemplo”.
Sostiene Antón Carracedo que todo el mundo lloraba allí y como si el bar hubiera mutado en ese polideportivo atestado de emociones, observamos cómo, al otro lado de la pantalla, uno de esos voluntarios está ahí. Sergio Calvo, el entonces estudiante de Empresariales de la Universidad de Alcalá de Henares, llora.
Traza rápidamente el perfil de Carracedo que evidencia que su relación ha traspasado efemérides, kilómetros y olvidos: “Yo no sé si he conocido a nadie en mi vida que pueda haberme aportado ese ejemplo como Antón”. Y agrega: “Ese ejemplo me lo guardo como inspiración de lo que como humanos debemos intentar ser. Ese es para mí el gran legado que yo me llevo del Prestige veinte años después”.
Vista de un cruceiro en la localidad de Laxe